Nunca estaré muerto

En la ingravidez del deseo
donde la estupidez se queda
dormida en un adoquín,
allí me evado del ruido
y me ahogo de silencios.

En la paulatina sentencia
de un elástico movimiento
decidido por inercia
y aumentado por la suma
de tu boca y la mía
sumada en un beso.

En la vida
que compone tu piel
mezclada con la mía,
hundida en mí ser
donde no llegan
ni los sueños.

En la calle
que nunca llego,
en esa que posee
el principio de tus manos
y la humedad de tu cuerpo.

En ese lugar,
déjame tu vida

y nunca estaré muerto.

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