Los envidiosos
Me gusta la envidia, la que
corre, la que desespera por ser, la que no vive en su momento sino en el mío,
la que perjudica, corroe y mata el escandaloso instante de vivir, su momento.
Es como un chiste corrosivo, de básico humor inglés porque su astucia es tan
estúpida, como el asesino que deja huellas en todos lados. Te ve, te observa,
te mira, vive tu vida en el polo opuesto al tuyo, con la negatividad de comerse
el marrón que yo disfruto.
Todo eso, me hace reír, es
la ignorancia de lo simple, de lo aburrido, de eso que tantos y tantos seres
practican, con la ventaja de engalanarse con la medalla de la sandez, de la
ingenuidad de destruirse construyendo su edificio de babas por lo que rebuzna
desear y querer.
Mi vida es mía y la
construyo como me da la gana, para eso me la dejaron, no necesito de ningún
botarate para hacerla mejor, no vivo de me gustas, ni de vanas pleitesías, no
me adorno de falsos quiero y no puedo, no me alimento de borricos limitados a
no ser o querer ser parte de mí, cuando las barreras están echadas y a salvo de
venenos en jeringuillas absurdas, eso que llaman realidad virtual, la mía es
otra y transita desde que me levanto hasta que me acuesto, incluso cuando
duermo.
Si escribo aquí, muestro, te
hago partícipe es a ti, a quien le llena mi felicidad, porque los hay y
existen. Los tengo y los siento a mi mesa, me hacen volver a sentir lo de ayer,
como otro presente, repetir es volver a vivir, en el mismo instante que un
abrazo es la suma perfecta de esta ecuación que es la vida. A los que son,
gracias, a los otros, me sigo descojonando de ellos, porque son tan previsibles
como un simple, estupido y rancio envidios@.