Atinado en la locura
Atinado en la locura
no añoro los acantilados
que no me produces,
ni los vértices en punta
salvo los de tus pechos
erguidos y acostados
sobre mis labios.
Me quedo en ellos
veraces y exactos
como el punto afortunado
donde desenvuelvo
el apetito avaricioso
que engendras
en mi cuerpo.
Pretendo resbalar
si me dejas,
y amortiguar la pasión
en lo delicado
de tu vello,
y con la calma
de una tortuga
penetrar en la utopía
de lo nuestro.